Y se reconcilió, con el tenue rayo de sol que entraba en su ventana, con el graznido de los gorriones de madrugada, con los llantos amargos del bebé del primeroy la tenacidad musical de su vecino del cuarto.
Se reconcilió incluso con aplausos de la tarde, a su juicio desvirtuados y carentes de sentido,y comprendió que valía más la pena sonreír ante la vida y su diversidad, que amargarse en soledad por su existencia.
Laura, Madrid